martes, 29 de septiembre de 2020

EL LIBRO DE ENOC Y EL DE LAS REVELACIONES



Las dos descripciones más detalladas y conocidas de la "Morada de Dios" se encuentran en el Libro de Enoc (o Enoch, o Henoch) y en el Libro de Revelaciones, también llamado El Apocalipsis de San Juan. 

Enoc fue una persona relevante que se menciona en el Genesis, séptimo en descendencia desde Adán, fue hijo de Seth, el tercer hijo de Adán, quien fue su abuelo. 
Matusalén, el hijo de Enoc, es el personaje bíblico de más larga vida, habiendo vivido 969 años. Matusalén fue el abuelo del patriarca Noé y murió el mismo año del diluvio universal. 

En tiempos bíblicos la gente gozaba de una gran longevidad. Enoch, que no vivió ni siquiera la mitad de los años que su hijo Matusalén, también tuvo una larga existencia, la cual se extendió por 365 años, que es el número de días en el año solar. (Genesis 5, 23-24). 

A pesar de que la tradición hebrea nos dice que Enoc escribió cientos de libros, el más popular de todos es el conocido simplemente como el Libro de Enoc, el cual está dividido en tres partes: el primer Libro de Enoc, el segundo Libro y el tercer Libro. En este libro triple el patriarca nos relata sus visiones apocalípticas, incluyendo su visita a las mansiones celestiales y la rebelión de una parte de las huestes angelicales, llamados los ángeles caídos. 

Enoc relata con fluidez que los ángeles caídos, aterrados por el castigo que sabían iban a recibir de Dios por sus pecados, le pidieron al patriarca que intercediera por ellos ante el Creador. Enoc era escribano y de inmediato escribió la petición de los ángeles caídos y la leyó repetidas veces hasta que se quedó dormido. Durante el sueño tuvo una visión en la cual un fuerte vendaval lo arrebató del sitio en que se encontraba y lo transportó a través de las nubes hasta llegar al cielo. 

Lo primero que Enoc vislumbró fue una muralla de cristal rodeada de lenguas de fuego. El patriarca atravesó las llamas hasta llegar frente a un palacio todo hecho también de cristal, incluyendo las paredes y el suelo. El techo estaba cruzado por estrellas y relámpagos y Querubines de fuego. Encima de todo esto había un firmamento de aguas claras. Llamaradas deslumbrantes rodeaban las paredes de este palacio y sus portales también estaban enmarcados en fuego.  

Enoc entró al palacio y encontró que era ardiente como el fuego y frío como el hielo. El placer de la vida no existía allí. Aterrado, el patriarca empezó a temblar hasta caer boca abajo con el rostro sobre el suelo de cristal. De inmediato tuvo otra visión en la cual vio a un segundo palacio, más grande aun que el primero. Su portal estaba abierto ante él, igualmente formado por lenguas de fuego. Este palacio celestial era infinitamente más maravilloso que el anterior y estaba todo formado de fuego, desde el piso hasta el techo, a través del cual también cruzaban relámpagos y estrellas de un lado para otro. Desde la entrada del portal Enoc pudo ver que adentro del palacio había un Trono inmenso tallado en cristal con ruedas hechas de soles y rodeado de Querubines. Debajo del Trono salían lenguas de un fuego tan radiante que enceguecieron al patriarca. 

La Gran Gloria de Dios estaba sentado en este Trono y sus vestiduras eran más blancas que la nieve y más brillantes que el Sol.

Ninguno de los ángeles que rodeaban el Trono podían mirar a Dios, tal eran los destellos deslumbrantes que radiaba su presencia. Ningún ser viviente podía levantar los ojos para verlo. Un fuego llameante lo rodeaba y otro fuego de gran esplendor estaba frente al Trono. Millares de espíritus de luz rodeaban a la Gran Gloria de Dios, pero El no necesitaba de consejero alguno. Los espíritus más elevados de la corte celestial no lo abandonaban nunca, permaneciendo en su Presencia continuamente. 

Durante todo este tiempo Enoc se mantuvo postrado frente al portal del palacio, temblando como el azogue, hasta que el mismo Dios lo llamó diciéndole que se acercara. En esos momentos, uno de los seres sagrados que rodean al Trono Celestial, levantó a Enoc del suelo y lo trajo al umbral del portal. El patriarca bajó la cabeza ante la Divina Presencia y Dios pasó su sentencia sobre los ángeles caídos, por quienes Enoch fué a interceder ante El, condenándolos a tormentos eternos por sus pecados. 

Como hemos visto, existen siete palacios en el Séptimo Cielo. Enoc sólo visitó a dos de estos. 
La descripción que nos da Enoc de la morada de Dios fue escrita aproximadamente doscientos años antes de Cristo y los historiadores modernos nos dicen que es muy improbable que Enoc fuera su verdadero autor ya que el legendario patriarca hebreo tiene que haber vivido más de cinco mil años antes de Cristo. Pero su mensaje fue de tan gran impacto que influyó grandemente en los autores de las Epístolas de San Juan y de San Mateo, quienes aceptaron como legítima la visión apocalíptica de Enoc. 

Una visión apocalíptica es una revelación divina y el nombre del autor no es tan importante como el mensaje que está revelado. La creencia en las Escrituras y en lo que nos dicen los llamados Libros Apócrifos, es decir los que no forman parte de la Biblia, es un artículo de fe. 

El espíritu humano decide el camino a seguir, ya sea lo que su fe le dicte o lo que diga su lógica. Pero entre la fe y el raciocinio existe una línea tenue la cual debe ser balanceada por lo que nos dice la intuición. Y muchas veces la intuición rechaza el raciocinio en favor de la fe y cuando esto sucede raras veces nos equivocamos. No todo puede ser explicado a través de la lógica, y a pesar de lo que nos pueda decir la historia, el mundo Judeo-Cristiano aún se estremece con el relato de Enoc, y nuestros espíritus aspiran, sin atreverse a expresarlo, a encontrarse alguna vez frente a ese Trono de fuego y de cristal. 

El Libro de las Revelaciones, que la tradición cristiana le adjudica a San Juan Evangelista, ese discípulo tan amado por Jesús, fue escrito alrededor de ochenta años después de Cristo, con toda probabilidad en la pequeña isla de Patmos en el mar Egeo, a donde el autor fue exilado. 

En el capítulo cuarto Juan nos describe la Divina Presencia de la siguiente manera: 

"Después de esto, miré, y había una puerta abierta en el cielo. Y la primera voz que oí era como de trompeta, que hablaba conmigo diciendo:

"Sube acá y te mostrare las cosas que tienen que suceder". 

Después de estas cosas estuve en el espíritu y vi a un trono en el cielo y a uno sentado sobre el trono. Y el que está sentado es en apariencia semejante a una piedra de jaspe y a una piedra preciosa de color rojo, y alrededor del trono hay un arco iris de apariencia semejante a una esmeralda. 

"Y alrededor del trono hay veinticuatro tronos y sobre estos tronos vi sentados veinticuatro ancianos vestidos con túnicas blancas y coronas de oro sobre sus cabezas. Y del trono provienen fuertes relámpagos y voces y truenos". 

"Y hay siete lámparas de fuego ardiendo delante del trono y estas significan los siete espíritus de Dios. Y delante del trono hay, como si fuera, un mar vítreo semejante al cristal". 

"Y en medio del trono y alrededor de éste hay cuatro criaturas vivientes que están llenas de ojos por delante y por detrás. Y la primera criatura viviente es semejante a un león, y la segunda es semejante a un toro, y la tercera criatura tiene rostro como el de un hombre y la cuarta criatura viviente es semejante a un águila volando". 

"Y en cuanto a las cuatro criaturas vivientes, cada una respectivamente tiene seis alas. Alrededor y por debajo están llenas de ojos. Y no tienen descanso día y noche al decir: Santo, Santo, Santo es Jehová Dios, el Todopoderoso, que era y que es y que viene". 

"Y siempre las criaturas vivientes ofrecen gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive para siempre jamás".

"Los veinticuatro ancianos caen delante del que está sentado sobre el trono y adoran al que vive para siempre jamás y tiran sus coronas frente al trono diciendo: Digno eres Tu, Jehová, Nuestro Dios mismo, de recibir la gloria y la honra y el poder, porque tu creaste todas las cosas, y a causa de tu voluntad existieron y fueron creadas".

Los seres vivientes descritos por Juan en las Revelaciones son los Serafines y los cuatro símbolos que tienen por rostros son, como ya explicamos anteriormente, representaciones de los cuatro elementos, agua, fuego, aire y tierra y las cuatro triplicidades astrológicas, representadas por los signos de Leo (el león), Tauro (el toro), Escorpión (el águila) y Acuario (el hombre). También se les adjudican a los cuatro evangelistas: El león es San Marcos; el toro es San Lucas; el águila es San Juan y el hombre es San Mateo. Las visiones apocalípticas de Enoc y de Juan nos presentan el concepto más aceptado sobre el Cielo en la tradición Judeo-Cristiana.

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