y se acaben los reproches y las discusiones,
Repite la oración y los rezos cinco días seguidos.
Tuvo un matrimonio feliz junto a san Isidro, vivían tan unidos como si fueran dos en una sola carne, un solo corazón y un alma única. Su lema fue ayudar a los demás, lo poco que tenían lo repartían entre los necesitados.
Como ambos esposos no tenían mayor ilusión que llevar una vida pura y fervorosamente dedicada a Dios, un día se pusieron de acuerdo para separarse, después de criar su único hijo, quedándose él en Madrid, y ella marchándose a una ermita, situada en un lugar próximo al río Jarama. Su nuevo género de vida solitaria, casi celeste, consistía en obsequiar a la Virgen, hacer largas y profundas meditaciones, teniendo a Dios como maestro, limpiar la suciedad de la capilla, adornar los altares, pedir por los pueblos vecinos ayuda para cuidar la lámpara, y otros menesteres.
Estando entregada a esta clase de vida piadosa, unos hombres enemigos, sembradores de cizaña en aquel campo tan limpio de malas hierbas, comunicaron a Isidro que hacía mala vida con los pastores. El santo varón, buen conocedor de la fidelidad y del pudor de su esposa, rechazó a los delatores como agentes del diablo. De todos modos quiso saber de donde habían sacado aquellas especulaciones. La siguió los pasos uno de tantos días.
Con sus propios ojos
vio que su mujer, como de costumbre, con la mayor naturalidad, se acercó al
río, que, aquel día bajaba lleno de agua, por las lluvias abundantes
caídas y, con mucho ímpetu extendió su mantilla sobre la corriente y, como si
fuera una barquilla, pasó tranquilamente a la otra orilla, sin dificultad
alguna. Con la contemplación directa de esta escena, repetida en otros días, el
honor de esta mujer continuó intacto ante su marido y ante los vecinos de la
comarca.
En los últimos años de su vida regresó a Madrid y de nuevo empezó a vivir con la admirable vida santa de antes. Después de morir su marido, volvió a su querida casa de la Virgen, como si fuera una ciudad bien defendida por Dios. En este lugar murió, llena de años y méritos.
Fue enterrada piadosa y religiosamente en la misma ermita, en un lugar,
especialmente escogido por miedo a una posible profanación de los sarracenos.
Cuando éstos fueron expulsados a sus tierras africanas, vigente todavía el
ejemplo de la vida santa de esta mujer, fueron localizados sus restos, gracias
a una inspiración del cielo. Al sacarlos, todos advirtieron un olor
especialmente agradable, nunca percibido.
En 1645, Santa María se trasladó a la Iglesia de San Andrés de Madrid, para ser venerada junto con el cuerpo de su esposo, el venerado san Isidro. Su festividad es el 9 de septiembre y también se celebra el 15 de mayo, que es el día que se festeja a su esposo.
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