obtenednos también de Él una viva fe
San Pancracio es un santo romano
del siglo IV que fue martirizado por declararse creyente y partidario de
Nuestro Señor Jesucristo.
Según la tradición su padre murió martirizado y su madre recogió en unos
algodones un poco de la sangre del mártir y la guardó en un relicario de oro, y
le dijo al niño: "Este relicario lo llevarás colgado al cuello, cuando
demuestres que eres tan valiente como lo fue tu padre".
Un día Pancracio volvió de la escuela muy golpeado pero muy contento. Su madre
le preguntó la causa de aquellas heridas y de la alegría que mostraba, y el
jovencito le respondió: "Es que en la escuela me declaré seguidor de
Jesucristo y todos esos paganos me golpearon para que abandonara mi religión.
Pero yo deseo que de mí se pueda decir lo que el Libro Santo afirma de los
apóstoles: "En su corazón había una gran alegría, por haber podido sufrir
humillaciones por amor a Jesucristo". (Hechos 6,41).
Al oír esto su madre tomó en sus manos el relicario con la sangre del padre
martirizado, y colgándolo al cuello de su hijo exclamó emocionada: "Muy
bien: ya eres digno seguidor de tu valiente padre".
Como Pancracio continuaba afirmando que él creía en la divinidad de Cristo y
que deseaba ser siempre su seguidor y amigo, las autoridades paganas lo
llevaron a la cárcel y lo condenaron y decretaron pena de muerte contra él.
Cuando lo llevaban hacia el sitio de su martirio (en la vía Aurelia, a dos
kilómetros de Roma) varios enviados del gobierno llegaron a ofrecerle grandes
premios y muchas ayudas para el futuro si dejaba de decir que Cristo es Dios.
El valiente joven proclamó con toda la valentía que él quería ser creyente en
Cristo hasta el último momento de su vida. Entonces para obligarlo a desistir
de sus creencias empezaron a azotarlo ferozmente mientras lo llevaban hacia el
lugar donde lo iban a martirizar, pero mientras más lo azotaban, más
fuertemente proclamaba él que Jesús es el Redentor del mundo. Varias personas
al contemplar este maravilloso ejemplo de valentía se convirtieron al
cristianismo.
Al llegar al sitio determinado, Pancracio dio las gracias a los verdugos por
que le permitían ir tan pronto a encontrarse con Nuestro Señor Jesucristo, en
el cielo, e invitó a todos los allí presentes a creer siempre en Jesucristo a
pesar de todas las contrariedades y de todos los peligros. De muy buena
voluntad se arrodilló y colocó su cabeza en el sitio donde iba a recibir el
hachazo del verdugo y más parecía sentirse contento que temeroso al ofrecer su
sangre y su vida por proclamar su fidelidad a la verdadera religión.
Allí en Roma se levantó un templo en honor de San Pancracio y por muchos siglos infinidad de personas han ido a venerar y admirar, en ese templo, el glorioso ejemplo
de un valeroso muchacho de 14 años, que supo ofrecer su sangre y su vida por
demostrar su fe en Dios y su amor por Jesucristo.
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