Amante sincero de la ley de Dios
NOTAS SOBRE LA VIDA DE SAN JOAQUÍN.
San Joaquín era un hombre rico
y piadoso que donaba bienes regularmente a los pobres del templo de Jerusalén. Su única tristeza era que ya estaba en la vejez y no dejaba descendencia. Como su esposa era estéril, las autoridades religiosas ordenan sacrificios a
Joaquín, al considerar que la esterilidad es un signo de descontento de Dios.
Joaquín entonces decide retirarse al desierto, donde practica penitencia durante cuarenta días. Después de ese tiempo, unos Ángeles se aparecen ante Joaquín y, al mismo tiempo, ante Ana (quien se encontraba en Jerusalén) y les prometen el nacimiento de un hijo. Dios escuchó su oración y, tras la revelación, Ana concibió a María. Realmente en ello Dios cumplía de nuevo su propósito de exaltar a los humildes, pues de la esterilidad hacía brotar la misma vara de José, anunciada por Isaías, de la que nacería el retoño Salvador.
Entonces Joaquín da por terminado su periodo de penitencia y regresa al hogar junto a su esposa.
Era felicísimo en su vida conyugal con su esposa, Santa Ana, mujer fuerte que vivió entregada, como su esposo, a Dios y a las obras de caridad.
Años más tarde María fue llevada al Templo y
consagrada al servicio de Dios, tal como ellos habían prometido cuando, heridos
por la incomprensión de sus prójimos, suplicaron al Altísimo que les concediera
fecundidad.
Joaquín terminó plácidamente
sus días, contento de dejar en este mundo el mayor tesoro que hubiese podido
soñar, en la persona de su Gloriosísima Hija. Riqueza inmensamente más apreciable que
aquellos rebaños que, según la tradición recogida por mosaicos bizantinos,
poseía en relativa abundancia.
Cundió la devoción a San
Joaquín entre los cristianos de Oriente, ya desde el siglo IV, pues de aquel
tiempo son los himnos de San Epifanio. No tardó en pasar el culto a Occidente,
como lo prueban las obras de arte a él dedicadas, especialmente pinturas.
En 1113 existía en Jerusalén una iglesia dedicada a los padres de la Virgen, debida a la esplendidez de Santa Elena. En la devoción popular es la voz de la misma Iglesia la que dirige a Joaquín las bendiciones del libro del Eclesiástico: «Alabemos a los varones gloriosos, nuestros padres, que vivieron en el curso de las edades... La dicha perdura con su linaje. Y su heredad pasó a los hijos de sus hijos. Su linaje se mantiene fiel a su alabanza... Por siempre permanecerá su descendencia y no se borrará su gloria. Sus cuerpos fueron sepultados en paz y su nombre vive de generación en generación».
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